miércoles, 30 de septiembre de 2020

 
NO ES EL TIEMPO EN DONDE EL POETA LEVANTA SU TIENDA, ES EL INSTANTE.

Breve acercamiento a la poética de Miguel Torres Pereira

 

Por: Hernando Guerra Tovar

 

No es el tiempo en donde el poeta levanta su tienda, es el instante. En esta  eternidad, Miguel Torres Pereira inventa la pausa, la brecha, el centro de toda exhalación posible; deja caer allí su respiración de fuego, su percepción de aliento “Un día para que el aliento por el que fui posible / suspire un canto leve impreciso / donde nada gravita / donde todo es eterno.” 

De ser verdad que el poeta percibe diferente al mundo como lo anunciara Blake en El matrimonio del cielo y del infierno, y que esa virtud o condena hace la luz, entonces todo armisticio queda clausurado y la palabra se desborda en su más pura intimidad, en su decir callado, en su explosión extática. El mundo sólo puede acudir a esas nupcias en el asombro o el desdén, con la apatía o el interés germinal que le dictan  sus más caros propósitos de enmienda. Entretanto, el decir poético, que no es diferente al señalar, advierte la memoria, sugiere la instancia, el fluir mismo, no ya desde la mirada, sino en la pura intuición, en el paciente observar, en la Estación del instante: “miedo original buscándose hacia adentro /  como piedra que se reinventa cada día / queriendo hallar su metamorfosis inútil en el tiempo.”

Mas el tiempo y el espacio, realidad o deseo, tienen de todas formas y en el contenido propicio, la urgente necesidad de la impronta, de acudir a la huella, al paso por la piel del entorno, en donde habitan el hacer y el deshacer que llamamos vida, luz y sombra, a veces claroscuro, y lo primero que acude entonces es el patio de Rojas Erazo en contraste al paisaje de Aurelio Arturo, génesis de una escritura que enmarca la poética colombiana desde 1931, cuando el señor de la Morada al sur nos dijera la brevedad emparentada al paisaje, al país de todos los verdes, del verde de todos los colores; y de la hamaca, el aljibe, el matarratón en la plástica de Erazo. Sur y norte, trasiego de la poesía de la mano del hombre que a mitad del siglo veinte, a sólo algunos pasos del milagro, se convirtiera en tragedia, en profundo abismo, en noche que aún no cesa: “Fueron sus únicas respuestas / emprendieron el vuelo / En el patio aún reposan sus huellas desplumadas.”

Y en Las canículas del Caribe, en donde el patio y el jardín que lo habita escriben la astro-melia “Con la voz del relámpago”, es decir el poema, o la ofrenda de la noche para “que la soledad cabalgue / y arrase a este ejército ciego de ángeles que somos”; en la Complicidad, la Certeza, los Pasos negados y La revelación, porque “La vida transita en el jardín”, en El instante alumbrado, el poeta que es Miguel Torres Pereira, increpa al lector amigo; al homicida que limpia el filo iluminado; al cura tropical que maldice y apostrofa; al que cruza la calle inadvertido; al pueblo todo de este país en sombra; para decirle a cada uno de frente, a la cara, ¡despierta de una vez por todas!: “Abre tus ojos y contempla / el milagro de una hoja desprendida.”: la poesía…




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