MIGUEL TORRES PEREIRA ESTA CASA QUE ME HABITA.
Por: Hernando Guerra Tovar
NO ES EL TIEMPO EN DONDE EL POETA
LEVANTA SU CASA, ES EL INSTANTE. En esta eternidad, Miguel Torres Pereira
inventa la pausa, la brecha, el centro de toda exhalación posible; deja caer
allí su respiración de fuego, su percepción de aliento “Un día para que el
aliento por el que fui posible / suspire un canto leve impreciso / donde nada
gravita / donde todo es eterno.”
De ser verdad que el poeta
percibe diferente al mundo como lo anunciara Blake, y que esa virtud o condena
hace la luz, entonces todo armisticio queda clausurado y la palabra se desborda
en su más pura intimidad, en su decir callado, en su explosión extática. El
mundo sólo puede acudir a esas nupcias con el asombro o el desdén, con la
apatía o el interés germinal que le dictan sus más caros propósitos de
enmienda.
Entretanto, el decir poético, que
no es diferente al señalar, advierte la memoria, sugiere la instancia, el fluir
mismo, no ya desde la mirada, sino en la pura intuición, en el paciente
observar, en la Estación del instante: “miedo original buscándose hacia adentro
/ como piedra que se reinventa cada día / queriendo hallar su metamorfosis
inútil en el tiempo.”
Mas el tiempo y el espacio,
realidad o deseo, tienen de todas formas y en el contenido propicio, la urgente
necesidad de la impronta, de acudir a la huella, al paso por la piel del
entorno, en donde habitan el hacer y el deshacer que llamamos vida, luz y
sombra, a veces claroscuro, y lo primero que acude entonces es el patio de
Rojas Herazo en contraste al paisaje de Aurelio Arturo, génesis de una
escritura que enmarca la poética colombiana desde 1931, cuando el señor de la
Morada al sur nos dijera la brevedad emparentada al paisaje, al país de todos
los verdes, del verde de todos los colores; y de la hamaca, el aljibe, el
matarratón en la poética de Rojas Herazo. Sur y norte, trasiego de la poesía de
la mano del hombre que a mitad del siglo veinte, a sólo algunos pasos del
milagro, se convirtiera en tragedia, en profundo abismo, en noche que aún no
cesa: “Fueron sus únicas respuestas / emprendieron el vuelo / En el patio aún
reposan sus huellas desplumadas.”
Y en Las canículas del Caribe, en
donde el patio y el jardín que lo habita escriben la astro-melia “Con la voz
del relámpago”, es decir el poema, o la ofrenda de la noche para “que la
soledad cabalgue / y arrase a este ejército ciego de ángeles que somos”; en la
Complicidad, la Certeza, los Pasos negados y La revelación, porque “La vida
transita en el jardín”, en El instante alumbrado, el poeta que es Miguel Torres
Pereira, increpa al lector amigo; al homicida que limpia el filo iluminado; al
cura tropical que maldice y apostrofa; al que cruza la calle inadvertido; al
pueblo todo de este país en sombra; para decirle a cada uno de frente, a la
cara, ¡despierta de una vez por todas!: “Abre tus ojos y contempla / el milagro
de una hoja desprendida.”:¡la poesía!
*Título sugerido por Carlos
Castillo Quintero, a partir de un poema del autor.
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