jueves, 27 de marzo de 2014

Poemas - Miguel Torres Pereira

EN EL FILO DEL ENIGMA
Se me antoja cantar el abandono
en la víspera del miedo
en el insoportable filo del enigma
Anunciar la primicia de un dolor legítimo
en la orilla furiosa del invierno
                                y  su relámpago terrible
cuando clama un pedazo de noche
para su naufragio en el espejo
Descubrir el abrazo de infinito
en el último grito de mi sangre
su presagio en los límites
                                  clandestinos del exilio
Deshojar la perplejidad que canta
                                  el asombro de encontrarme negado
en la soledad esférica de la muerte
                                  en la impunidad brutal del olvido.
Miguel Torres Pereira.


EN EL MILAGRO SOMOS POSIBLES
La lluvia es oblicua
en el invierno que inventa
cada nube prometida
El canto del agua
                      temblor callado en el espejo
donde rescato en su vuelo
la silueta de tus sueños
antes que se fragmenten
en el filo secreto de la luz

En la intensión de descifrar su misterio
la noche se vuelve esférica
en la profundidad del silencio
la sombra se escurre
                         presagio sigiloso
donde la luz clama
un refugio probable para su esencia
                                     para su enigma
para el milagro donde somos posibles
                             agua primigenia
                                       sal inicial
                                              sombra legítima
                              oscuridad estremecida.
Miguel Torres Pereira          


Breve viaje a la Estación del Instante

Por RENÉ ARRIETA PÉREZ.


La poesía de Miguel Torres Pereira, sobre todo, la que fluye en Estación del Instante es propiciatoria del fuego que enciende la palabra, e igualmente, es enunciadora de luz, de sus ritos, de su naturaleza. Él le canta y la celebra, como Whitman lo hacía consigo mismo. Aunque está hecha con materia de lo cotidiano y la inmediata población de sus seres, es imagen  microscópica del todo, de lo Uno. Por  eso cada cosa dispuesta en este universo de palabras tiene el totalizador aliento del  ser.
En el texto inicial del poemario, El milagro crepitante, el poeta suscribe: “…tampoco sospecharon /  que la intimidad de la piedra / me ofrecía su espíritu / en el grito de la hoguera”.
El poeta canta al fuego. Adán lo poseía y lo perdió. Prometeo, en sus travesuras, entre las esferas lo toma e irresponsablemente devuelve al hombre lo perdido, sin importarle si este hizo méritos para, así nuevamente, tenerlo:
“Fue Prometeo jugando con los hombres / quien se atrevió a colocar en sus manos / el fuego / mi promesa de cenizas.”
Los sentidos del poeta no comportan opacidad ante la luz, por su capacidad para saltar el umbral,  allí, en la Estación del instante, la vive y la disfruta, y de vuelta de ese vasto reino, en su sensatez, sólo es dueño de la imagen, del pálpito.
En el poema Canículas, sabe de la réplica que se opera, del principio hermético “Como es arriba es abajo”, que cuenta la misma historia por amor a la semejanza: “A retazos la canícula se prolonga / y llena de proclamas legítimas / el tiempo clamoroso”.
En medio de la tarde, asumimos el yo lírico del niño, cuando dice: “En el celaje del relámpago / hallé el camino de la infancia / un corredor apacible / un patio súbito de encantos /  el escondite secreto de esos días / cantados en la algarabía de la tarde.”
En la mirada primera, de consistencia tierna, la luz. Fuerza y dentelladas sin provocar herida. Sólo deja a su marcha su denso manto de sombras:
“… Infancia sagrada ungida de hierbas y asombros / festejadas en el filo de la luz… (…) Sólo éramos tres en medio de la tarde / en el corazón de la noche”.
Son fragmentos de instantes, de memoria, que sacralizan la infancia, su virginidad y pureza, vestida con el verde de las hierbas.
Para otros vientos, tendrá reservado un tumulto de palomas, es lo que hará “cuando la mañana ocurra lenta”, y el niño verá todo a través del celofán de las libélulas.
Ese niño, asombrado, ofrece variaciones al final de la noche: petición y ofrenda. Interpela al soberano de todos los ámbitos y dominios para gastar esa moneda que en su sello y su cara tiene lo que pretende consumar. En la petición está implícita la ayuda, la guía – en medio de cualquier ambiente y dificultad- porque se sabe parte de ese “ejército ciego de ángeles”. Y en la ofrenda está la orfandad del ser, y la dificultad representada en un poco de luz difuminada, en ese ángel que pone las pruebas. Y él se conoce identificándose: “insiste en negarme”.
Se procura la sutil materia atrapando un poco de luz. En esta instancia se advierte el ejercicio del trazado, del pintor y el dibujante, la disposición de la imagen que nombra y el trazo que define. La luz  despliega las formas y los contornos esparcen las sombras. Para hacer funcional este tiovivo están los seres y las cosas domésticas: la madre y los abuelos, la repisa, las tinajas. La luz es substancia, la luciérnaga y la lámpara son agentes. Allí están los elementos en su profundo orden y en su aplicada armonía:
“Bastó el corredor apretado de penumbras / para saber que mi madre me pediría prestada / la luz que atrapó para encender su lámpara / y convocar una legión de sombras / la sombra del tinajero y su milagro cóncavo / destilando secretos lentos en el rincón / la silueta sepia de los abuelos y sus miradas vacías / la mística de la repisa…”
Ese hechizo que es la luz en el poeta es átomo o retal, materia expuesta, descubierta por la luz, y logra la forma y el cromatismo, regalos de ella, extensión de la magnanimidad solar. Por la luz todo nace y todo fenece: el cerezo –frutecida florescencia-, y las osadas alas de Ícaro en su centro de combustión.
En el poema Creo en la luz, el yo lírico refrenda su acto de fe y así acepta la verdad, su verdad, que es la luz, que le confirma sus asombros, y a través de la cual advierte la eternidad en la geometría sagrada del caracol, luz que se extiende a la luciérnaga, y ésta a su vez la lanza a los cerezos. Así, esa luz, aunque tenue o translúcida, se halla en el barro, la hierba o el árbol, y hasta en los oficios que aniquilan al ser, todo en Uno: sangre, mar y grito.
Este poema, en particular, es turgente y ebrio en su claro de sol, en lo infinito:
“Detuve mi partida por creerle a la luz / que confirmó mis asombros / advertí el murmullo de la eternidad / que aprisiona el caracol (…)
(…) Descifré los hilos del tiempo en el nido / de los pájaros / los enigmas del cosmos en sus cantos (…)
(…) Descubrí la fragilidad del barro / en la hierba y el árbol que declinan / en las urgencias que te aniquilan y nos prolongan / sobre este instante altísimo todo lo entiendo / somos mar  somos sangre galopando…”
El poemario, en cada una de sus estaciones nos devela instantes. Memoria de migraciones es un texto en memoria del poeta y amigo Jorge García Usta. En él se enuncia nostalgia y soledumbre de una estirpe, de la parcela matriz, el éxodo y la nueva patria en el albor de los días más próximos que le ciñen. Es cosmogonía, sangre trémula en el ejercicio de su premura. Es tiempo y espacio y geografía, y el dolor mismo de asumir los elementos:
“Somos vuelo en la memoria de las migraciones / límite impreciso entre aurora y ocasos / una noche donde la intimidad del tiempo / señalará el final / cuando las coordenadas se inviertan / y sólo seamos celaje / un trazo del cosmos.”
En alguna estación del libro nos llegan noticias del humo inaugural. Hay imploración al fuego, a su principio, a su esencia y su ley. El poeta solicita su iniciación en lo gnosis del elemento ígneo:
“Muéstrame las cavernas y su incendio milenario / las erupciones y el rayo (…)
(…)Dame noticias de lo absoluto de tu esencia / para entender la languidez de esta llama / que vacila entre mis manos / la noche y estos versos.”

La iniciación primera ha sido la poesía, que es vislumbre de esencias. El poeta lo afirma en Complicidad, donde la luciérnaga es portadora de luz, y, como símbolo, establece su reino, pues, aquí todo transita en el jardín.



René Arrieta Pérez es filólogo, escritor y periodista, doctorando en Literatura Española e Hispanoamericana de la Universidad de Salamanca. Ha publicado Salmos del segador de mieses, He olvidado su nombre, Otras voces y Antología poética. Ha sido antologado en distintos libros como: Los bordes de Babel, en Colombia; y en España en El corazón de la palabra, El mundo al otro lado, La tierra en las entrañas, Los poetas y Dios y El cielo de Salamanca. Ha publicado en diversas revistas de Colombia y la Península Ibérica. Obtuvo galardones en Colombia como el de finalista en el Premio Nacional de Cuento Caribe(1992), El Premio Casa de Poesía Silvas, en su versión La poesía tiene la palabra(1991), Premio de poesía Universidad de Cartagena en dos ocasiones (1993-94), y Premio Nacional de Poesía Jorge Artel, segundo puesto(1994). Se ha desempeñado como profesor en distintas universidades. Radicado en España desde 2001.

Fotos - Miguel Torres Pereira

Argemiro menco ,
gonzalo marquez y
Miguel Torres Pereira.




















Argemiro Menco , 
Hernando Socarras y 
Miguel Torres Pereira












Bogota
Lanzamiento Feria 2011












Dialogo entre el nobel Garcia Marquez y el poeta Miguel Torres Pereira.













Frente al mural de Obregon


Leda y Gabo
Miguel Torres y Gabriel Garcia Marquez 2010

Miguel Torres Pereira y Gonzalo Marquez
Miguel Pereira Torres y Hernando Socarras